sábado, 15 de septiembre de 2018
Esta
es la pregunta que ha martillado la mente de muchas personas mientras transitan
por el oscuro e interminable valle de la aflicción.
Éxodo 2:23-25
Aconteció
que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían
a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con
motivo de su servidumbre.
Y oyó Dios el gemido de ellos,
y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob.
Y miró Dios a los hijos de
Israel, los reconoció Dios.
Por
cuanto el mundo ha sido un escenario de dolor, no han sido pocas las veces que
alguien, o en el silencio del corazón o aun en voz audible, ha hecho este
desesperado reclamo.
Para muchos es inconcebible el
"silencio" de Dios frente al clamor humano. Hay gente que ha asumido
una actitud de rebeldía pasiva o activa, dando lugar al endurecimiento del
corazón, porque no ven ninguna actuación divina para detener el sufrimiento y
calmar el dolor.
Pero, ¿es esto del todo cierto?
¿Es Dios indiferente a nuestra condición y miseria?
¿Le importa a Él si sufrimos o no?
La manera cómo Dios se ha movido en la historia, buscando al hombre en su condición perdida hasta llenarlo con sus bienes eternos, nos muestra cuánto le importa a Dios el dolor humano.
¿Dónde está Dios mientras sufrimos? Está con nosotros; nunca nos ha dejado.
Por otro lado, si comparamos nuestro sufrimiento con el de Él, tenemos que concluir que nadie ha sufrido más que nuestro Padre celestial.
Ninguno ha pagado un mayor precio por enfrentar el pecado como lo ha hecho Dios.
Nadie se ha entristecido más por el dolor de una raza descarriada como nuestro Dios.
¿Quién puede comparar el sufrimiento con Aquel que pagó por nuestro pecado en el cuerpo crucificado de su propio Hijo?
Nadie ha sufrido más que Aquel que, cuando envió a Su Hijo, nos mostró cuánto nos amaba.
¿Dónde está Dios cuando sufrimos? Está allí, donde siempre ha estado.
Es verdad que a veces pareciera que Él se desentendiera del sufrimiento, como se ve en el caso de Job o del apóstol Pablo, pero de acuerdo a los resultados, esa es la manera como Dios trabaja en el carácter, y cómo puede utilizar la situación para bendecirnos más abundantemente.
De modo, pues, que el sufrimiento no le es indiferente. En el presente pasaje tenemos a un Dios que se hace presente cuando su pueblo está pasando por la más dura prueba de esclavitud.
Hay una serie de verbos que nos muestran la actividad de Dios para indicarnos dónde está Él mientras su pueblo sufre.
I. EL CLAMOR DEL SUFRIMIENTO SUBE A SU PRESENCIA
v. 23
Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre.
El estado de esclavitud y opresión al que se enfrentó Israel en Egipto tuvo que ser uno de los peores que raza alguna haya experimentado en la historia.
Si se toma en cuenta que el rey bondadoso y sensible que surgió en Egipto había muerto unos cuatrocientos años atrás, levantándose después de él muchos reyes insensibles; y luego la amenaza que representaba Israel para los egipcios, debido a su crecimiento y progreso, la "mano" con la que fueron sometidos tuvo que ser férrea e inclemente.
De modo que en su amarga servidumbre, los israelitas clamaron pidiendo auxilio, y ese clamor llegó hasta el cielo (como dice el vers. 23)
Lo que pasó el pueblo de Israel en Egipto nos recuerda que este es un mundo de clamor. Muchos de los clamores vienen como resultado de alguna terrible "esclavitud" de la que se espera salir con prontitud y desesperación.
El enfermo clama porque se calme o se le quite su dolor.
El preso clama por quedar libre de su prisión.
El hombre o la mujer claman porque quieren quedar libre de alguna pasión indebida.
Lo mismo hace el joven que ha quedado atrapado en las garras de algún esclavizante vicio.
Hay clamores en la familia por la actitud de infidelidad de algunos de los cónyuges.
Hay padres que están clamando por la actitud desobediente e irresponsable de sus hijos.
Qué decir de los clamores que produce el hambre en tantas partes del mundo.
El clamor por la falta de una justicia apropiada.
¿Sabe usted cuántos padres todos los días desgarran su corazón porque su hijo fue víctima de la violencia que vive nuestro mundo?
Todo esto hace, también, que se levante todos los días diferentes clamores por una continua misericordia divina para con este mundo lleno de tanto dolor y violencia.
Pero tenemos también que aclarar que muchos de estos clamores no siempre son dirigidos al Señor. La verdad es que hay gente que prefiere buscar otros intermediarios u otras formas en su dolor, antes que buscar a Dios.
El mismo pueblo de Israel pasó por esa etapa. Gemían entre ellos mismos. No se nos dice que hayan clamado a Dios; sin embargo, su clamor llegó a su presencia. Y es que el clamor de un corazón sincero que se dirige a Dios sin reclamos ni exigencias, sino en humillación, será un clamor que llega hasta la misma sala de la presencia divina.
Siempre habrá cielos abiertos para que el clamor entre en Su presencia.
II. DIOS OYE LA ANGUSTIA DE LOS QUE CLAMAN A ÉL
v. 24ª.
Y oyó Dios el gemido de ellos,
No hay una palabra que pudiera aplicarse a Dios en su capacidad de oír, a la que pudiéramos llamar "omnioyente", así como decimos "omnisciente" para destacar que él todo lo sabe.
Sin embargo, su "omnipresencia" hace posible que Dios escuche todo los clamores en cualquier lugar del mundo y en cualquier tiempo que suceda.
En ese lenguaje que la Biblia nos presente acerca de Dios, sus "oídos" no son sordos ni han perdido la audición con los años.
Él ha oído siempre. Él es el único que tiene la capacidad de oír el clamor del alma que no grita, o el gemido del espíritu que no se oye.
Él es el único que tiene la capacidad de oír "los gritos del silencio".
Cuando Dios llamó a Moisés como el libertador de su propio pueblo, le dijo que Él ya había oído el clamor de Israel a causa de sus exactores y que había descendido para liberarlos
Exodo 3:7
Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,
De modo que ningún grito, angustia, dolor, o tristeza queda fuera de su alcance.
Cuando los escritores sagrados criticaban a los hacedores de ídolos, y su falta de poder que estos tenían para hacer algún milagro, destacaban de ellos lo siguiente:
Salmos 115:5-8
Tienen boca, mas no hablan;
Tienen ojos, mas no ven;
Orejas tienen, mas no oyen;
Tienen narices, mas no huelen;
Manos tienen, mas no palpan;
Tienen pies, mas no andan;
No hablan con su garganta.
Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con nuestro Dios. Cuando el hombre que le ama y le busca, clama a Él, su petición no se archiva como tantos clamores que quedan sin respuesta en el mundo.
Salmo 34:17
Claman los justos, y Jehová oye,
Y los libra de todas sus angustias.
Cuando el hombre se dispone en buscarle de corazón, lo encuentra; su oración no queda sin respuesta.
De esta manera lo confirmó David, cuando hablando de su propia experiencia, dijo:
Salmos 34: 4, 6
Busqué a Jehová, y él me oyó,
Y me libró de todos mis temores.
Los que miraron a él fueron alumbrados,
Y sus rostros no fueron avergonzados.
Este pobre clamó, y le oyó Jehová,
Y lo libró de todas sus angustias.
Dios siempre oye, solo que su respuesta estará acondicionada al propósito mismo con el que trabaja en nuestras propias vidas.
Por lo tanto Él puede responder diciendo "sí", diciendo "no", o diciendo "espera".
III. DIOS SE ACUERDA DE SUS PROMESAS HECHAS
v.24b
y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob.
En el estado de angustia de su pueblo esclavizado, se dice que Dios "se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob".
¿Cuál fue ese pacto? ¿Cuál fue la promesa hecha?
Dios le había dicho a Abraham que haría de él una nación tan grande como la arena del mar; y que en él serían benditas todas las naciones de la tierra. Isaac fue el hijo de esa promesa.
En él cumplió el primer pacto que hizo con Abraham cuando este salió de la tierra de su parentela. Luego en Jacob la promesa llegó a concretarse, pues de toda su familia se formarían las doce tribus de Israel, y de ellas el pueblo que ahora está listo para ser libertado por Dios.
En el pacto hecho a sus antepasados, Dios les había asegurado que ellos no permanecerían como esclavos por siempre.
Ahora, Él se ha acordado de aquella promesa y se dispone a cumplirla.
Con Dios tenemos la más absoluta garantía del cumplimiento de sus promesas. Debemos entender que el "acordarse" de Dios aquí no equivale al olvido que es propio del ser humano.
Sería inconcebible pensar que a Dios se le pueden olvidar sus promesas, como lo hacemos nosotros.
Sin embargo, sí hay una sola cosa que Dios olvida, y es aquella que tiene que ver con nuestros pecados.
Miqueas 7: 18-19
¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia.
El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.
¡Qué extraordinario es nuestro Dios! No olvida ninguna de sus promesas, pero si se olvida de nuestros pecados una vez confesados y perdonados.
¿Dónde está Dios mientras sufrimos? Está allí, listo para cumplir sus promesas. Ningún dolor, angustia o pena pasa sin que Él no se de cuenta.
Lo que ha prometido lo cumplirá. Este texto nos confiere una gran confianza. Dios, es el Dios del pacto. Es verdad que muchas veces el hombre lo ha quebrantado, pero la fidelidad de Él ha sido firme en el cumplimiento de tales promesas.
Este es el más poderoso pensamiento mientras pasamos por nuestros valles de sombra y de muerte". La más grande promesa es que Él estará siempre con nosotros.
IV. DIOS NOS MIRA Y NOS RECONOCE
v. 25
Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios.
¿Dónde está Dios mientras sus hijos sufren? Está allí. Los está mirando. Los está reconociendo.
El verbo "mirar" de este pasaje es más que una simple mirada.
No es aquel tipo de mirada que no despierta ninguna clase de sensibilidad aunque sea notoria la miseria y la angustia.
No es, por cierto, aquella mirada que tuvo el levita y el sacerdote en la parábola del "Buen Samaritano".
Allí ellos vieron la angustia y el dolor, pero siguieron de largo.
Nuestro Dios es el "Buen Samaritano" que viene y ve, y luego es movido a misericordia.
La mirada de Dios percibe la situación humana. El hombre ve la apariencia, más Dios mira el corazón.
La mirada de Dios nos da confianza, pues hay una absoluta garantía que Él no dejará postrado al que pasa por la angustia.
Se nos dice que cuando Jesús miraba las multitudes tenía compasión de ellas porque las veía como ovejas desamparadas sin pastor.
Dios miró la esclavitud de su pueblo. Miró a los que les afligían y atormentaban. Miró el dolor físico que le imprimían. Miró el dolor emocional que causaba aquella pesada carga. Los miró con compasión y decidió librarlos de esa angustia.
El texto también dice que los "reconoció". Este es un verbo dinámico y significa más que un reconocimiento. Tiene la idea de estar involucrado con algo. Esto significa que Dios sentía personalmente la opresión de su pueblo y la compartía con ellos.
Hay en esto una verdad maravillosa. El sufrimiento humano despierta en nuestro Dios su más incomparable compasión y amor por sus hijos.
Dios no se desatiende en nuestro abatimiento.
El se acuerda que solo somos polvo y viene a nuestro encuentro.
¿Dónde está Dios mientras sufrimos? Está más cerca de lo que nosotros podemos imaginarnos.
CONCLUSIÓN:
Bien vale la pena citar lo que dijo el salmista, quien en su momento de angustia, se hizo las preguntas propias de un ser humano cuando pasa por esos momentos por los que nadie quisiera pasar:
Salmos 139:7-12
¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás tú;
Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.
Si tomare las alas del alba
Y habitare en el extremo del mar,
Aun allí me guiará tu mano,
Y me asirá tu diestra.
Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán;
Aun la noche resplandecerá alrededor de mí.
Aun las tinieblas no encubren de ti,
Y la noche resplandece como el día;
Lo mismo te son las tinieblas que la luz.
¿Dónde está Dios mientras se sufre?...
Está más cerca de lo que podemos imaginar. Solo que en lugar de huir hacia otro lado, como pensaba el salmista, debemos ir hacia Él.
En sus brazos estaremos protegidos y bendecidos.
Pero, ¿es esto del todo cierto?
¿Es Dios indiferente a nuestra condición y miseria?
¿Le importa a Él si sufrimos o no?
La manera cómo Dios se ha movido en la historia, buscando al hombre en su condición perdida hasta llenarlo con sus bienes eternos, nos muestra cuánto le importa a Dios el dolor humano.
¿Dónde está Dios mientras sufrimos? Está con nosotros; nunca nos ha dejado.
Por otro lado, si comparamos nuestro sufrimiento con el de Él, tenemos que concluir que nadie ha sufrido más que nuestro Padre celestial.
Ninguno ha pagado un mayor precio por enfrentar el pecado como lo ha hecho Dios.
Nadie se ha entristecido más por el dolor de una raza descarriada como nuestro Dios.
¿Quién puede comparar el sufrimiento con Aquel que pagó por nuestro pecado en el cuerpo crucificado de su propio Hijo?
Nadie ha sufrido más que Aquel que, cuando envió a Su Hijo, nos mostró cuánto nos amaba.
¿Dónde está Dios cuando sufrimos? Está allí, donde siempre ha estado.
Es verdad que a veces pareciera que Él se desentendiera del sufrimiento, como se ve en el caso de Job o del apóstol Pablo, pero de acuerdo a los resultados, esa es la manera como Dios trabaja en el carácter, y cómo puede utilizar la situación para bendecirnos más abundantemente.
De modo, pues, que el sufrimiento no le es indiferente. En el presente pasaje tenemos a un Dios que se hace presente cuando su pueblo está pasando por la más dura prueba de esclavitud.
Hay una serie de verbos que nos muestran la actividad de Dios para indicarnos dónde está Él mientras su pueblo sufre.
I. EL CLAMOR DEL SUFRIMIENTO SUBE A SU PRESENCIA
v. 23
Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre.
El estado de esclavitud y opresión al que se enfrentó Israel en Egipto tuvo que ser uno de los peores que raza alguna haya experimentado en la historia.
Si se toma en cuenta que el rey bondadoso y sensible que surgió en Egipto había muerto unos cuatrocientos años atrás, levantándose después de él muchos reyes insensibles; y luego la amenaza que representaba Israel para los egipcios, debido a su crecimiento y progreso, la "mano" con la que fueron sometidos tuvo que ser férrea e inclemente.
De modo que en su amarga servidumbre, los israelitas clamaron pidiendo auxilio, y ese clamor llegó hasta el cielo (como dice el vers. 23)
Lo que pasó el pueblo de Israel en Egipto nos recuerda que este es un mundo de clamor. Muchos de los clamores vienen como resultado de alguna terrible "esclavitud" de la que se espera salir con prontitud y desesperación.
El enfermo clama porque se calme o se le quite su dolor.
El preso clama por quedar libre de su prisión.
El hombre o la mujer claman porque quieren quedar libre de alguna pasión indebida.
Lo mismo hace el joven que ha quedado atrapado en las garras de algún esclavizante vicio.
Hay clamores en la familia por la actitud de infidelidad de algunos de los cónyuges.
Hay padres que están clamando por la actitud desobediente e irresponsable de sus hijos.
Qué decir de los clamores que produce el hambre en tantas partes del mundo.
El clamor por la falta de una justicia apropiada.
¿Sabe usted cuántos padres todos los días desgarran su corazón porque su hijo fue víctima de la violencia que vive nuestro mundo?
Todo esto hace, también, que se levante todos los días diferentes clamores por una continua misericordia divina para con este mundo lleno de tanto dolor y violencia.
Pero tenemos también que aclarar que muchos de estos clamores no siempre son dirigidos al Señor. La verdad es que hay gente que prefiere buscar otros intermediarios u otras formas en su dolor, antes que buscar a Dios.
El mismo pueblo de Israel pasó por esa etapa. Gemían entre ellos mismos. No se nos dice que hayan clamado a Dios; sin embargo, su clamor llegó a su presencia. Y es que el clamor de un corazón sincero que se dirige a Dios sin reclamos ni exigencias, sino en humillación, será un clamor que llega hasta la misma sala de la presencia divina.
Siempre habrá cielos abiertos para que el clamor entre en Su presencia.
II. DIOS OYE LA ANGUSTIA DE LOS QUE CLAMAN A ÉL
v. 24ª.
Y oyó Dios el gemido de ellos,
No hay una palabra que pudiera aplicarse a Dios en su capacidad de oír, a la que pudiéramos llamar "omnioyente", así como decimos "omnisciente" para destacar que él todo lo sabe.
Sin embargo, su "omnipresencia" hace posible que Dios escuche todo los clamores en cualquier lugar del mundo y en cualquier tiempo que suceda.
En ese lenguaje que la Biblia nos presente acerca de Dios, sus "oídos" no son sordos ni han perdido la audición con los años.
Él ha oído siempre. Él es el único que tiene la capacidad de oír el clamor del alma que no grita, o el gemido del espíritu que no se oye.
Él es el único que tiene la capacidad de oír "los gritos del silencio".
Cuando Dios llamó a Moisés como el libertador de su propio pueblo, le dijo que Él ya había oído el clamor de Israel a causa de sus exactores y que había descendido para liberarlos
Exodo 3:7
Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,
De modo que ningún grito, angustia, dolor, o tristeza queda fuera de su alcance.
Cuando los escritores sagrados criticaban a los hacedores de ídolos, y su falta de poder que estos tenían para hacer algún milagro, destacaban de ellos lo siguiente:
Salmos 115:5-8
Tienen boca, mas no hablan;
Tienen ojos, mas no ven;
Orejas tienen, mas no oyen;
Tienen narices, mas no huelen;
Manos tienen, mas no palpan;
Tienen pies, mas no andan;
No hablan con su garganta.
Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con nuestro Dios. Cuando el hombre que le ama y le busca, clama a Él, su petición no se archiva como tantos clamores que quedan sin respuesta en el mundo.
Salmo 34:17
Claman los justos, y Jehová oye,
Y los libra de todas sus angustias.
Cuando el hombre se dispone en buscarle de corazón, lo encuentra; su oración no queda sin respuesta.
De esta manera lo confirmó David, cuando hablando de su propia experiencia, dijo:
Salmos 34: 4, 6
Busqué a Jehová, y él me oyó,
Y me libró de todos mis temores.
Los que miraron a él fueron alumbrados,
Y sus rostros no fueron avergonzados.
Este pobre clamó, y le oyó Jehová,
Y lo libró de todas sus angustias.
Dios siempre oye, solo que su respuesta estará acondicionada al propósito mismo con el que trabaja en nuestras propias vidas.
Por lo tanto Él puede responder diciendo "sí", diciendo "no", o diciendo "espera".
III. DIOS SE ACUERDA DE SUS PROMESAS HECHAS
v.24b
y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob.
En el estado de angustia de su pueblo esclavizado, se dice que Dios "se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob".
¿Cuál fue ese pacto? ¿Cuál fue la promesa hecha?
Dios le había dicho a Abraham que haría de él una nación tan grande como la arena del mar; y que en él serían benditas todas las naciones de la tierra. Isaac fue el hijo de esa promesa.
En él cumplió el primer pacto que hizo con Abraham cuando este salió de la tierra de su parentela. Luego en Jacob la promesa llegó a concretarse, pues de toda su familia se formarían las doce tribus de Israel, y de ellas el pueblo que ahora está listo para ser libertado por Dios.
En el pacto hecho a sus antepasados, Dios les había asegurado que ellos no permanecerían como esclavos por siempre.
Ahora, Él se ha acordado de aquella promesa y se dispone a cumplirla.
Con Dios tenemos la más absoluta garantía del cumplimiento de sus promesas. Debemos entender que el "acordarse" de Dios aquí no equivale al olvido que es propio del ser humano.
Sería inconcebible pensar que a Dios se le pueden olvidar sus promesas, como lo hacemos nosotros.
Sin embargo, sí hay una sola cosa que Dios olvida, y es aquella que tiene que ver con nuestros pecados.
Miqueas 7: 18-19
¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia.
El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.
¡Qué extraordinario es nuestro Dios! No olvida ninguna de sus promesas, pero si se olvida de nuestros pecados una vez confesados y perdonados.
¿Dónde está Dios mientras sufrimos? Está allí, listo para cumplir sus promesas. Ningún dolor, angustia o pena pasa sin que Él no se de cuenta.
Lo que ha prometido lo cumplirá. Este texto nos confiere una gran confianza. Dios, es el Dios del pacto. Es verdad que muchas veces el hombre lo ha quebrantado, pero la fidelidad de Él ha sido firme en el cumplimiento de tales promesas.
Este es el más poderoso pensamiento mientras pasamos por nuestros valles de sombra y de muerte". La más grande promesa es que Él estará siempre con nosotros.
IV. DIOS NOS MIRA Y NOS RECONOCE
v. 25
Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios.
¿Dónde está Dios mientras sus hijos sufren? Está allí. Los está mirando. Los está reconociendo.
El verbo "mirar" de este pasaje es más que una simple mirada.
No es aquel tipo de mirada que no despierta ninguna clase de sensibilidad aunque sea notoria la miseria y la angustia.
No es, por cierto, aquella mirada que tuvo el levita y el sacerdote en la parábola del "Buen Samaritano".
Allí ellos vieron la angustia y el dolor, pero siguieron de largo.
Nuestro Dios es el "Buen Samaritano" que viene y ve, y luego es movido a misericordia.
La mirada de Dios percibe la situación humana. El hombre ve la apariencia, más Dios mira el corazón.
La mirada de Dios nos da confianza, pues hay una absoluta garantía que Él no dejará postrado al que pasa por la angustia.
Se nos dice que cuando Jesús miraba las multitudes tenía compasión de ellas porque las veía como ovejas desamparadas sin pastor.
Dios miró la esclavitud de su pueblo. Miró a los que les afligían y atormentaban. Miró el dolor físico que le imprimían. Miró el dolor emocional que causaba aquella pesada carga. Los miró con compasión y decidió librarlos de esa angustia.
El texto también dice que los "reconoció". Este es un verbo dinámico y significa más que un reconocimiento. Tiene la idea de estar involucrado con algo. Esto significa que Dios sentía personalmente la opresión de su pueblo y la compartía con ellos.
Hay en esto una verdad maravillosa. El sufrimiento humano despierta en nuestro Dios su más incomparable compasión y amor por sus hijos.
Dios no se desatiende en nuestro abatimiento.
El se acuerda que solo somos polvo y viene a nuestro encuentro.
¿Dónde está Dios mientras sufrimos? Está más cerca de lo que nosotros podemos imaginarnos.
CONCLUSIÓN:
Bien vale la pena citar lo que dijo el salmista, quien en su momento de angustia, se hizo las preguntas propias de un ser humano cuando pasa por esos momentos por los que nadie quisiera pasar:
Salmos 139:7-12
¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás tú;
Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.
Si tomare las alas del alba
Y habitare en el extremo del mar,
Aun allí me guiará tu mano,
Y me asirá tu diestra.
Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán;
Aun la noche resplandecerá alrededor de mí.
Aun las tinieblas no encubren de ti,
Y la noche resplandece como el día;
Lo mismo te son las tinieblas que la luz.
¿Dónde está Dios mientras se sufre?...
Está más cerca de lo que podemos imaginar. Solo que en lugar de huir hacia otro lado, como pensaba el salmista, debemos ir hacia Él.
En sus brazos estaremos protegidos y bendecidos.
Escrito Por: 1000 Estudios Biblicos.
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